miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL LARGO CAMINO DEL PROFETA ELÍAS DESDE EL DESIERTO HASTA EL MONTE HOREB

“¡Levántate y Come!
Si no el camino sería demasiado largo para ti” 1 Re 19,7

Elías, tú ¿qué buscas?

Todas las personas recibimos el mismo llamamiento: amar y ser amadas. Las formas, en las que vivimos este llamamiento, pueden ser muy diversas. Una importante medida de ello puede ser nuestra nost-algia, que nos arrastra cada vez más hacia la meta, a la que somos llamados: amar más y dejarnos amar cada vez más por Dios y por las personas. Pero ¿cómo sigo yo la nost-algia? En realidad, verdaderamente uno puede no ponerse en camino, cuando no se sabe con certeza dónde aterrizará al final.

Un ejemplo de este viaje a lo incierto es la historia de Elías en el Horeb, 1Re 19,1-13. La actuación de Elías fue coronada por el éxito y su confianza en Dios pareció pagada. Pero después cayó en la persecución y tuvo que huir...

Elías huye al desierto. Es un lugar adonde no se va voluntariamente, un lugar misantrópico. El camino le continúa conduciendo siempre al desierto. El agua es escasa, la soledad le lleva a la duda de si la confianza en Dios ha merecido verdaderamente la pena. Se puede uno imaginar a este hombre solitario, cómo se arrastra por el desierto sin una meta firme; detrás de él sus enemigos, delante absolutamente nada, sólo desierto. Finalmente se abandona. Se tumba en el suelo y se desea la muerte. Está cansado de huir y sólo quiere morir. Cuando se duerme se le acerca un ángel, le trae pan y agua y le despierta con las palabras: “Come y bebe”.

Quizás nos queramos preguntar:
  • ¿Dónde me siento extraño?
  • ¿A qué me siento impulsado?
  • ¿Dónde tengo la impresión de que estoy en un lugar inadecuado, al que no pertenezco?
O quizás:
  • ¿Ante qué desearía sencillamente huir?
  • Presentar todo esto a Dios en la oración, las preocupaciones y necesidades, quizás también el agotamiento.
Pero, después también:

  • ¿Qué me
    mueve?
  • ¿Dónde me encuentro un “ángel”, que me da fuerzas para continuar?
  • También contemplar esto en la presencia de Dios.
Elías come y bebe y se levanta de nuevo. Evidentemente no comprende en absoluto que aquí está su posibilidad de continuar, de vivir, de alcanzar una meta. De nuevo le toca el ángel y le dice: “Levántate y come, si no el camino sería demasiado largo para ti”.

  • ¿Qué me impide continuar, aún cuando tenga la posibilidad de hacerlo?
  • ¿Qué resistencias hay en mí? ¿Temores, preocupaciones por el futuro, que me bloquean?
  • ¿Hay situaciones que me provocan, me fortalecen y me permiten partir?
Y Elías anda de nuevo. Fortalecido pasa cuarenta días y cuarenta noches en el desierto hasta que llega al monte Horeb. Cuando pernocta en una cueva, Dios le habla y le pregunta: “¿Qué haces aquí?” Elías cuenta cómo ha trabajado por Dios duramente, cómo ha hecho todo para que Dios fuera adorado y cómo esto sólo le ha producido persecución ¿Qué puedo yo decir también? Uno es perseguido, huye al desierto, casi cae muerto de sed y después Dios le pregunta “¿Qué haces aquí?”. Ésta es generalmente la pregunta más importante. Dios no le encomienda la misión siguiente, sino que le pregunta a Elías qué quiere. Por primera vez, se trata de Elías y no de que esté terminado un trabajo.

Podríamos hacernos las siguientes preguntas:

Dios responde y se da cita con Elías delante de la cueva y le llama. Primero viene una violenta tormenta, pero Dios no estaba en la tormenta. Después un terremoto sacude el lugar, pero Dios no estaba en el terremoto. Después un fuego, pero Dios no estaba tampoco en el fuego. Estos acontecimientos naturales grandes y poderosos son válidos como signos en los que se reconoce a Dios. Sin embargo, Elías escucha una brisa ligera, muy suave y Elías reconoce a Dios en ella, se cubre el rostro y sale fuera de la cueva. Y de nuevo Dios le pregunta: “¿Qué buscas aquí?
  • ¿Qué busco en mi profesión, en mi formación, en mis amistades y relaciones?
  • ¿Qué emerge aquí?
  • ¿Qué me atrae?
  • ¿Qué me ha conducido aquí?
  • La presencia de Dios está oculta para nosotros. A pesar de ello Su amor nos encuentra siempre de nuevo, por lo general en las personas, que tienen las mejores intenciones para nosotros. La Palabra de Dios tiene siempre para nosotros una lengua humana.
Hagámonos las siguientes preguntas:

  • ¿Conozco aquello de mi coloquio con Dios que, de repente, en la vida diaria halla su resonancia?
  • ¿Reconozco que, de repente, algunas personas me ayudan a continuar en el punto en que yo me quedo detenido en la oración o en la meditación personal?
  • ¿Puedo descubrir el afecto de Dios en lo que me rodea?
  • Quizás en lugar de grandes liturgias y celebraciones ¿en otro sitio muy diferente?
  • ¿Y cómo respondo a ello?
Con Elías se puede conocer a un Dios que nos pregunta: “Tú ¿qué buscas?”
Situarnos con este Dios y examinar nuestras búsquedas puede hacernos bien; puede ayudarnos a
encontrar nuestro hogar.
AnsgarWiedenhaus, S.J.
Impulso Espiritual. Jesuiten 2005/3

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